Por amor,
Jesús se humilló y lavó los pies de los discípulos.
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Bendiciones,
Enio
Meditación
Diaria
LEBRILLO DE
AMOR
Nuestro Pan Diario
**Leer Juan 13:1-17
JUAN 13:5 “Luego puso agua en un
lebrillo (vasija),
y
comenzó a lavar los pies de los discípulos… “
Un día, hace
muchos años, en la clase de física, nuestro profesor nos pidió que dijéramos
—sin voltear la cabeza— de qué color era la pared de atrás del aula. Nadie le
pudo contestar porque no nos habíamos fijado.
A veces, no
prestamos atención o pasamos por alto las «cosas» de la vida porque,
simplemente, no podemos asimilarlo todo. Otras veces, no vemos lo que ha estado
allí todo el tiempo.
Algo así me
sucedió cuando volví a leer hace poco sobre Jesús lavándoles los pies a sus
discípulos. La historia es conocida, pero suele leerse durante Semana Santa.
Nos asombra que nuestro Salvador y Rey se detuviera a hacer algo así. En la
época de Jesús, ni siquiera los sirvientes judíos hacían esta tarea, por
considerarla humillante. Pero lo que no había notado antes es que Jesús, hombre
y DIOS, le lavó los pies a Judas. Aunque sabía que lo traicionaría: “Él sabía quién lo iba a entregar;
por eso dijo: «No estáis limpios todos.»” (Juan 13:11),
el Señor se humilló y se los lavó.
El amor
desbordaba de un lebrillo de agua; ese amor que compartió incluso con el que lo
traicionaría.
Mientras
reflexionamos en los sucesos de esta semana que llevan a la celebración de la
resurrección de Jesús, vistámonos de humildad para que podamos extender Su amor
a amigos y enemigos.
OREMOS:
SEÑOR, llena de amor mi corazón para que pueda arremangarme y servir a otros
con humildad y para Tu gloria.
Por
Cristo Jesús, amén.
**Leer Juan 13:1-17
Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que su hora
había llegado para que pasara de este mundo al Padre, como había amado a los
suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin. Y cuando cenaban, como el
diablo ya había puesto en el corazón de Judas Iscariote hijo de Simón que lo
entregara, sabiendo Jesús que el Padre le había dado todas las cosas en las
manos, y que había salido de Dios y a Dios iba, se levantó de la cena, se quitó
su manto y, tomando una toalla, se la ciñó. Luego puso agua en una vasija y
comenzó a lavar los pies de los discípulos y a secarlos con la toalla con que
estaba ceñido. Cuando llegó a Simón Pedro, éste le dijo: —Señor, ¿tú me lavarás
los pies?
Respondió Jesús y le dijo: —Lo que yo hago, tú no lo
comprendes ahora, pero lo entenderás después.
Pedro le dijo: —No me lavarás los pies jamás.
Jesús le respondió: —Si no te lavo, no tendrás parte
conmigo.
Le dijo Simón Pedro: —Señor, no sólo mis pies, sino también
las manos y la cabeza.
Jesús le dijo: —El que está lavado no necesita sino lavarse
los pies, pues está todo limpio; y vosotros limpios estáis, aunque no todos.
Él sabía quién lo iba a entregar; por eso dijo: «No estáis
limpios todos.»
Así que, después que les lavó los pies, tomó su manto,
volvió a la mesa y les dijo: — ¿Sabéis lo que os he hecho? Vosotros me llamáis
Maestro y Señor, y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Señor y el
Maestro, he lavado vuestros pies, vosotros también debéis lavaros los pies los
unos a los otros, porque ejemplo os he dado para que, como yo os he hecho,
vosotros también hagáis. De cierto, de cierto os digo: El siervo no es mayor
que su señor, ni el enviado es mayor que el que lo envió. Si sabéis estas
cosas, bienaventurados sois si las hacéis.
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