Aunque no
podemos prever las pruebas, sí podemos orar a nuestro Padre que nos comprende.
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esta meditación.
Bendiciones,
Enio
Meditación
Diaria
¡AJUSTARSE EL
CINTURÓN!
Nuestro Pan Diario
**Leer: Hebreos
4:11-16 (RVR)
HEBREOS 4:16
“Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para […] el
oportuno socorro” (RVR)
«El
comandante ha encendido la señal del cinturón de seguridad, que indica que
estamos ingresando en una zona de turbulencias. Por favor, regresen a sus
asientos inmediatamente y abróchense los cinturones». Las azafatas
hacen esta advertencia porque, en esos casos, los pasajeros que no están
sujetados podrían lastimarse. Sujetos a sus asientos, pueden atravesar a salvo
la turbulencia.
Por lo
general, la vida no nos advierte de las experiencias perturbadoras que se nos
cruzan. Pero nuestro Padre Celestial lo sabe, y por éso nos invita a
presentarle nuestras preocupaciones, heridas y temores. La Escritura nos dice: «Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda
compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según
nuestra semejanza, pero sin pecado. Acerquémonos, pues, confiadamente al trono
de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno
socorro» (Hebreos 4:15-16).
En temporadas
de turbulencia, lo mejor es dirigirnos a nuestro Padre en oración. La frase «gracia para el oportuno socorro» significa que
podemos «abrocharnos» al SEÑOR durante los
momentos amenazadores, ¡ÉL es más seguro y poderoso que todo! Cuando la vida
nos abrume, oremos. ÉL puede ayudarnos a atravesar la turbulencia.
OREMOS:
SEÑOR, gracias por darme seguridad en esta vida turbulenta. En el nombre de
Cristo, amén.
** Leer Hebreos 4:11-16 (RVR1995)
Procuremos, pues, entrar en aquel reposo, para que ninguno
caiga en semejante ejemplo de desobediencia.
La palabra de Dios es viva, eficaz y más cortante que toda
espada de dos filos: penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas
y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón. Y
no hay cosa creada que no sea manifiesta en su presencia; antes bien todas las
cosas están desnudas y abiertas a los ojos de aquel a quien tenemos que dar
cuenta.
Por tanto, teniendo un gran Sumo sacerdote que traspasó los
cielos, Jesús el Hijo de Dios, retengamos nuestra profesión. No tenemos un sumo
sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue
tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado. Acerquémonos, pues,
confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia
para el oportuno socorro.
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