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Bendiciones,
Enio
Meditación Diaria
UN REGALO ESPECIAL
Hermano
Pablo.
MATEO 25:1 «Les aseguro que todo lo que hicieron por uno de mis hermanos, aun por
el más pequeño, lo hicieron por mí.»
Desde la muerte de su padre tres años antes, la
familia de Roberto había luchado por subsistir. A pesar de los esfuerzos de su
mamá, nunca había suficiente para todos. La pobre mujer trabajaba el turno de
la noche en el hospital, pero lo poco que ganaba no le alcanzaba para más que
lo estrictamente necesario.
Lo que le faltaba en lo material a la familia de
Roberto, lo compensaba en amor y unidad familiar. Tanto sus dos hermanas
mayores como su hermana menor ya le habían hecho a su mamá un lindo regalo por
el Día de la Madre.
«No era justo», pensaba Roberto, que tenía apenas
seis años de edad. Ya era el DÍA, y él no tenía absolutamente nada que darle a
su mamá.
Procurando contener las lágrimas, se encaminó hacia
la calle donde él había visto tiendas. Pasó por una tienda tras otra y
contempló las vidrieras decoradas. Cada una mostraba regalos que él jamás
podría comprar.
Al caer la noche, Roberto se dio vuelta, cabizbajo,
para volver a casa, y notó de pronto el reflejo del sol poniente en una moneda
que brillaba en la acera.
¡Nadie jamás se sintió tan rico como Roberto al
recoger esa moneda!
Con su nuevo tesoro en la mano, entró alegre en la
primera tienda que vio. Pero su ánimo decayó tan pronto como el vendedor le
explicó que allí no podía comprar nada con una sola moneda.
Así que fue a una florería que vio en frente, e hizo
cola detrás de unos clientes. Cuando le llegó el turno a Roberto, el dueño del
establecimiento le preguntó.
—¿En qué puedo servirle, jovencito?
Roberto le mostró la moneda y le preguntó si eso le
alcanzaba para comprar una flor para su mamá como regalo por el Día de la Madre.
El comerciante lo miró con ternura, se agachó para estar a su nivel y le dijo:
—Espera aquí un momento, que voy a ir a ver si hay
algo que pueda servirte.
Ante el asombro de Roberto, el dueño regresó al rato
con una docena de rosas rojas con hojas verdes y florecitas blancas atadas con
un lindo lazo plateado.
—Ahora sí me puedes dar la moneda que tienes en la
mano, jovencito —le dijo el hombre—. Imagínate que tenía estas rosas a un
precio rebajado, ¡la docena por una sola moneda! ¡Menos mal que llegaste a
tiempo para comprarlas; si no, nadie hubiera aprovechado esta magnífica oferta!
Roberto le dio las gracias y le pagó, dando saltos
de alegría por dentro. El hombre le abrió la puerta y, mientras el emocionado
niño salía con su docena de rosas, le dijo: «¡Feliz Día de la Madre, hijo!»
Más tarde el conmovido dueño le contó a su esposa lo
sucedido:
—Esta mañana, antes de abrir
el local, percibí como que una voz me decía que apartara una docena de mis
mejores rosas para un regalo especial. No sabía por qué, pero lo hice. Luego,
antes de cerrar, un niño entró con la intención de comprarle a su mamá una flor
con una sola monedita. Ese niño era como yo hace muchos años. Yo tampoco tenía
nada con qué comprarle un regalo por el DÍA DE LA MADRE. Pero un desconocido me
vio en la calle y me dijo que sentía que debía darme dinero. ¡Era más que
suficiente para comprarle un regalo a mamá!
Cuando vi a ese niño esta
noche, supe que esa voz era de DIOS, así que fui y le arreglé aquellas rosas.
Lo cierto es que, en esa fecha, el dueño de aquella
florería las estaba arreglando para Jesucristo mismo. Pues fue Cristo quien
dijo:
«Les aseguro que todo lo que
hicieron por uno de mis hermanos, aún por el más pequeño, lo hicieron por mí.» Mateo
25:1.
ORACIÓN:
Gracias SEÑOR por las muestras de Tu amor. En el nombre de Cristo, amén.
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